Hasta hace poco yo creía que solo se podían hacer colchas, remates para manteles y toallas, tapetes para la mesa o para proteger los brazos y respaldos de los sillones o cortinas para las ventanas, y alguna que otra bolsa, que es lo que básicamente le he visto hacer a mi madre durante años.
Todo esto está muy bien pero se pueden hacer muchas cosas más, desde zapatillas y patucos hasta collares y pendientes.
Pero lo que a mi me ha llamado especialmente la atención son los amigurumis. Sí, lo he escrito bien, amugurumis aunque el corrector lo subraye en rojo.
Los descubrí hace un aproximadamente año y medio, me picó la curiosidad y me puse manos a la obra. Nuca me dio especialmente por las labores ni por el ganchillo en particular pero tengo que reconocer que, cuando empiezas a ver el resultado, es adictivo, ¡tanto que el año pasado hice amigurumis para toda la familia!. Para los que no sepáis que es un amigurumi, os diré que se trata, básicamente, de un muñeco tejido con ganchillo y relleno con algodón sintético.
Según la Wikipedia, “Más allá de su uso como figurita decorativa o juguete, el objetivo que persiguen los amigurumis es alimentar el espíritu de niño que todos llevamos dentro. Según la costumbre, cada amigurumi posee un “alma” que lo convierte en el compañero y confidente de por vida de su dueño, proporcionándole protección y consuelo en los momentos de estrés y tristeza.”
Independientemente de todo esto, a mi me parecen una cucada y sobre todo, me encanta ir viendo como la lana va tomando forma y convirtiéndose en la figura deseada.